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diciembre 19, 2024

Mi amigo, el muñeco de nieve

En las tres calles principales que confluían en una pequeña fuente de agua con la estatua del Santo Patrono del lugar, se veían personas hablando entre sí, una mujer con su pequeña hija caminando hacia el norte, un hombre muy abrigado con un bastón en su mano izquierda como esperando a alguien bajo un árbol cubierto de nieve y carente de hojas, y algunos perros por aquí y por allá. Los faroles apostados uno en cada esquina y las lumbres de los ventanales que daban luminosidad a la noche plomiza…

   De repente, desde un bistró salió un hombre notoriamente borracho, cantando a viva voz un villancico antiguo y popular, rompiendo el mutismo y dando un color pintoresco al sitio, aunque con voz arrastrada y ronca por el tabaco y el alcohol.   

   Llegando al busto del santo, tropezó y cayó de espaldas sobre la nieve. Después de unos segundos se puso de pie, se acomodó el chaleco y, sacudiéndose la nieve, siguió caminando mientras repetía siempre la misma estrofa del canto que solo interrumpía para darle tragos a la botella con licor sostenida en su mano izquierda.

   Al levantar sus ojos, vio un muñeco de nieve en una de las veredas.  El hombre se paró frente a él, se sacó la galera en forma de saludo y dijo:

   —Buenas noches, don Muñeco de Nieve.

   Este solo lo miraba con su sonrisa poco expresiva. 

   —Debe tener frío usted—continuó el hombre—. Yo combato el frío con brandy. Créame que es muy efectivo. ¿Quiere? Además, me devuelve la vida y me hace olvidar la tristeza...

   Silencio rotundo.

   —Mi amada murió de pena. —Al decir esto, sus ojos se llenaron de lágrimas y el rostro, de por sí enrojecido por el alcohol, aumentaba el color. Por un momento todo volvió a ser silencio.    

   —Usted sí que es buen amigo don Muñeco, porque sabe respetar. Usted no es como los otros que pretenden saber todos los enigmas de la vida. Tienen todas las respuestas, ¿entiende? Me llenan de consejos… Lo primero que me dicen es que deje de tomar agua ardiente. Lo que no saben ellos, mi amigo, es que esto es lo único que me da instantes de alegría. ¡Sí, amigo muñeco!   

   Otra vez un hondo silencio…

   —Pero usted es un “Señor Muñeco de Nieve”. Ni siquiera ha indagado sobre cuál era la pena de mi amada. Agradezco el respeto—lo decía mientras le costaba mantenerse en pie.   

   —Todavía tengo la imagen en la mente. Llegaron, nos dieron la mala noticia y nos entregaron solo pedazos de nuestro hijo. Él había muerto en Austerlitz, en diciembre de 1805. Nos lo entregaron con honores, como mueren los héroes, cumpliendo su deber. Pero nosotros nunca nos convencimos de que aquellos restos humanos fueran nuestro hijo: su madre y yo esperábamos su regreso. Esa espera en desconsuelo fue eterna, tanto que su madre se apagó esperándolo.   

  —Le voy a confiar algo en agradecimiento a su respeto: yo aún lo espero, siento en mi corazón que está vivo. Le pido a Dios por su retorno. Usted me juzgará loco. Yo solo sé que soy un viejo que no quiere irse de este mundo sin ver nuevamente los ojos vivaces de su hijo. Ahora ando borracho y deambulando por las calles, lo busco, ¡debe estar en algún lugar!—enfatizó esta última frase, moviendo con energía su brazo derecho, perdiendo el equilibrio y quedando de boca en la calle blanquecina que ahora lucía sin gente. Allí, apretando fuertemente en sus manos puñados de nieve, el hombre lloró amargamente y al rato se durmió.

   Ya habían pasado varias horas cuando una potente luz en medio de la calle, a la altura de los árboles lo despertó, al tiempo que sonaban las campanas marcando las 12 de la noche.

   La luz lo enceguecía. Con dificultad trató de ver de dónde venía, puso su mano en la frente para ver mejor, pero el resplandor era muy potente. Las campanas resonaban una y otra vez muy fuerte, pero al mismo tiempo con dulzura angelical. Se puso de pie. 

   Entonces, el anciano se quedó sin reacción, con una clara expresión de asombro: ojos dilatados, boca abierta y respiración acelerada. Pensó huir temeroso hacia otro lugar, mas no pudo, estaba como clavado al suelo. En ese momento logró ver una figura dentro de la brillante irradiación… Cayó de rodillas. Casi en un susurro preguntó:

   —¿Quién eres tú, pequeño? 

   Y escuchó:

   —Yo soy el Niño Jesús. No temas, vengo a traer la paz que tu alma anhela, los destellos de alegría que le faltan, la tranquilidad que como padre te mereces.—Y al decir esto el Santo Niño, con infinita ternura señaló hacia una de las esquinas de la calle y lo invitó a mirar hacia allí. 

   El hombre volteó su mirada al lugar indicado. Lo que vio fue asombroso: era su esperado hijo, sano y salvo, que venía caminando hacia él, con la misma vestimenta de la última vez.  No lo podía creer, parecía una mentira, un engaño, un sueño.  Fue cuando gritó el nombre del muchacho con fuerza, al tiempo que la luz del cielo y el Niño Sagrado desparecieron. 

   También fue entonces, cuando sintió que alguien lo zamarreaba con insistencia queriendo despertarlo. Al abrir los ojos lo primero que vio fue el rostro de su hijo, esta vez real, que, dándole calor con su abrigo, le dijo:

   —¡Vamos papá! ¡Despierta! ¡Despierta! ¿Qué haces tirado en la calle nevada? Vamos a casa. ¡Ya es Navidad!

FIN

©Patricia Palleres

Basado en la obra “El amigo del muñeco del nieve” del artista Vida Gábor

Todos los textos de éste blog son privados y tienen Derecho de Autor

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Queridos amigos lectores:

Les dejo mi saludo para estas fiestas que marcan el fin del año.  Deseando que nunca dejemos de ser soñadores, pero sobre todo que encontremos los caminos para hacer  realidad los sueños.👄


 


💟💟💟



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Gracias amigos por dejar aquí una de las cosas más sagradas que tenemos: las palabras
Las valoro con el alma.
Un gran abrazo, Pat