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agosto 27, 2012

TANTALIA


MACEDONIO FERNÁNDEZ, metafísico y humorista argen­tino, nacido en Buenos Aires, en 1874, muerto en 1952. Su obra, originalísima, se distingue por el fervor y las continuas invenciones. Recordemos: No toda es Vigilia la de los Ojos Abiertos (1928); Papeles de Recienvenido (1930).
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El mundo es de inspiración tantálica.

Primer momento: El cuidador de una plantita.

Él acaba por convencerse de que su sentimentalidad, aptitud de simpatía, que viene desde tiempo luchando por recuperar, está enteramente agotada, y, en los sufri­mientos de este descubrimiento, cavila y halla por fin que quizá el cuidado de una plantita endeble, de una mínima vida, de lo más necesitado de cariño, debiera ser el comienzo de la reeducación de su sentimentalidad.
Ocurre que pocos días después de esta meditación y proyectos en suspenso, Ella, sin sospechar tales cavila­ciones, pero movida por una aprensión vaga que había tenido del empobrecimiento afectivo que ocurría en él, le envía de regalo una plantita de trébol.
Él resuelve adoptarla para iniciar el procedimiento entrevisto. La cuida con entusiasmo durante un tiempo y cada vez se percata más de la infinidad de atenciones y protecciones, expuestas a un descuido fatal, exigidas para la seguridad de la vida de un ser tan débil, al que un gato, una helada, un golpe, sed, calor, viento, amenazan. Se siente intimidado por la posibilidad de verla morirse un día por mínimo descuido; pero no es sólo el temor de perderla para su cariño, sino que conversando con Ella, cavilosos como todos los que están en la pasión, y más cuando en esa pasión uno decae, llegan a la obse­sión de que exista algún nexo de destinos entre el vivir de la plantita y el vivir de ellos o de su amor. Fue Ella la que un día vino a decirle que ese trébol fuera el símbolo del vivir del amor de ellos.
Empiezan a temer que la plantita muera y muera con ella uno de ellos y lo que es más: el amor de ellos, única muerte que hay. Se ven sucesivamente, meditando en coloquios, creciendo el pavor a que se ven sujetos. De­ciden entonces anular la identidad reconocible de esa plantita para que, eludiendo el mal presagio de matarla, nada haya identificable en el mundo a cuyo existir esté supeditada la vida y amor de ellos; y al par así, sitúanse en la asegurada ignorancia de no saber nunca si aquel existir vegetal que tan singularmente se había hecho parte en las vicisitudes de una pasión humana, se muere o vive. Resuelven entonces, de noche, en un paraje no recono­cible para ellos, perderla en un vasto trebolar.

Segundo momento: Identidad de una mata de trébol.

Pero la excitación que iba creciendo desde algún tiempo en Él, y el desencanto de ambos por haber tenido que renunciar a la comenzada tentativa de reeducación de su sensibilidad y al hábito y cariño de cuidar a la plantita que alboreaba en él, se traduce en un acto oculto que realiza al retorno de esa labor de olvidación en las sombras. En el trayecto, sin que lo advirtiera de fijo pero con algún pulso de zozobra en Ella sin embargo, Él se inclinó y cogió otra mata de trébol.
—¿Qué haces?
—Nada.
Ambos se separaron al amanecer, quedando en Ella algo de sobresalto, en ambos el alivio de no reconocerse ya dependientes del vivir simbólico de esa plantita, y en ambos también la pavura que nos viene de todas las situaciones de lo irreparable, cuando acabamos de crear un imposible cualquiera, como en este caso el imposible de saber jamás si vivía y cuál era la plantita que fuera al principio obsequio de amor.

Tercer momento: El torturador de un trébol.

"Por múltiples modos y males me veo sin placeres ni de inteligencia o arte ni sensuales, que se brindan en torno. Me voy quedando sordo habiendo sido la música mi mayor goce; los largos paseos entre los cercos se hacen imposibles por mil detalles de decadencia fisioló­gica. Y así en las demás cosas...
"Esta plantita de trébol ha sido elegida por mí para el Dolor, entre otras muchas: ¡elegida! ¡pobrecita! Veré si puedo hacerle un mundo de Dolor. Veré si su Ino­cencia y su Tortura llegan a tanto que estalle algo en el Ser, en la Universalidad, que clame y logre la Nada para ella y para el todo, la total Cesación, pues el mundo es tal que no hay siquiera muerte individual; el cesar del Todo o la eternidad inexorable para todos. La única cesación inteligible es la del Todo; la particular de que el que ha sentido una vez cese de sentir, quedando existente, cesado él, la restante realidad, es una contradicción verbal,  una concepción imposible.
“Elegida entre millones, te tocó a ti serlo, ¡serlo para el Dolor! Aún no, ¡desde mañana seré contigo un ar­tista en Dolor!
"Durante tres días, sesenta, setenta horas, el viento del verano estuvo constante oscilando dentro de un corto ángulo, fue y volvió de un acento y de una dirección a una pequeña variante de un acento y dirección, y la puerta de mi habitación retenida en su batir entre el quicio y una silla que puse para acortar su oscilar, batía sin cesar, y el postigo de mi ventana golpeaba también sin cesar sometido al viento. Sesenta, setenta horas la hoja de la puerta y el postigo cediendo minuto a minuto a su distinta presión, y yo al par, sentado o columpiándome en la silla de la hamaca.
"Parece entonces que yo me dije esto es la Eternidad Parece que fue por esto que veía yo, por esa formulación de hastío, de no sentido de las cosas, de no finalidad, de todo es lo mismo, dolor, placer crueldad, bondad, que hubo nacido el pensamiento de hacerme el torturador de una plantita.
“Ensayare —me repetía— sin intentar ya amar de nuevo, torturar lo más endeble e indefenso, la forma más mansa y herible de la vida: seré el torturador de esta plantita. Esta es la pobrecita elegida entre miles para soportar mi ingenio y empeño torturador. Ya que cuando fue mi ánimo hacer la felicidad de un trébol tuve que renunciar al intento y desterrarlo de mí bajo sentencia de irreconocibilidad, el péndulo de mi pervertida y des­calabrada voluntad transportó al otro extremo, surgiendo de súbito en una mutación opuesta, en el malquerer, y alumbro prestamente la idea de martirizar la inocencia y orfandad a fin de obtener el suicidio del Cosmos por vergüenza de que en su seno prosperaba una escena tan repulsiva y cobarde. ¡Al fin y al cabo, el Cosmos también me ha creado a mí!
Yo niego la Muerte, no hay la Muerte aun como ocultación de un ser para otro, cuando para ellos hubo el todo amor; y no la niego solamente como muerte para sí mismo. Si no hay la muerte de quien sintió una vez, ¿por qué no ha de haber el dejar de ser total, aniquilamiento del Todo? Tú sí eres posible, Cesación eterna. En ti nos guareceríamos todos los que no creemos en la Muerte y no estamos tampoco conformes con el ser, con la vida. Y creo que el Deseo puede llegar a obrar directamente, sin mediación de nuestro cuerpo, sobre el Cosmos, que la Fe puede mover montañas, creo yo aunque nadie otro creyera.
“No puedo reavivar el lacerante recuerdo de la vida de dolor que sistematicé, ingeniándome cada día en nuevos modos crueles para hacerla padecer sin matarla.
"Como por sobre ascuas tendré que decir que la colocaba todos los días próxima e intocada de los rayos del sol y tenía la prolijidad de crueldad de alejarla con el avanzar de la mancha del sol. Apenas la regaba para que no muriera y en cambio la rodeaba de reci­pientes de agua y había inventado fieles rumores de lluvia y lloviznas vecinas que no llegaban a refrescarla. Tentar y no dar. El mundo es una mesa tendida de la Tentación con infinitos, embarazos interpuestos y no menor variedad de estorbos que de cosas brindadas. El mundo es de inspiración tantálica, despliegue de un inmenso hacerse desear que se llama Cosmos, o mejor, la Tentación. Todo lo que desea un trébol y todo lo que desea un hombre le es brindado y negado. Yo también pensé, tienta y niega. Mi consigna interior, mi tantalismo, era buscar las exquisitas condiciones máximas de sufri­mientos sin tocar a la vida, procurando al contrario la vida más plena, la sensibilidad más viva y excitada para el padecer. Y logré que en esto el dolor de privación tantálica la estremeciera. Mas no podía mirarla ni to­carla, me vencía de repulsión mi propia obra (cuando la arranqué, en aquella noche tan negra a mi espíritu, no miré hacia donde estaba y su contacto me fue por demás odioso). El rumor de lluvia sin alcanzarle su húmedo frescor hacíala retorcerse.
"¡Elegida entre millones para un destino de martirio! ¡Elegida! ¡Pobrecita! ¡Oh, tu Dolor ha de saltar el mundo! Cuando te arranqué ya estabas elegida por mi ansia de atormentar."

Cuarto momento: Nuevo sonreír.

La fórmula radical, íntima, de lo que Él estaba haciendo miserablemente, era la ambición y ansiedad de lograr el reemplazo por la Nada de la Totalidad, de todo lo que hay, lo que hubo, lo que es, de toda la Realidad material y espiritual. Creía que el Cosmos, lo Real, no podría soportar mucho tiempo, avergonzándose de al­bergar en su ámbito una escena tal de tortura ejercida sobre un primer eslabón de lo viviente más frágil y endeble, por el mayor poder y dotación, de lo viviente. ¡El Hombre tiranizando un trébol! ¡Era para eso que había advenido el Hombre!
La irritación de lo rehusado después de ofrecido enloquece de perversidad a un hombre de máximo pensa­miento. De ahí el martirio cobarde, el repugnante com­placimiento del mayor poder en una alevosía en un mínimo existir.
Su pensamiento sabía la igual posibilidad de la Nada y el Ser, y creía plenamente inteligible y posible una total sustitución del Todo-Ser por lo Todo-Nada. Él, como el máximo de la Conciencia de Vida, como hombre y hombre excepcional en dotes, era quien podría en un refinamiento último de pensamiento haber hallado el resorte, el talismán que podría determinar la opción del Ser por la Nada, opción o reemplazo o "empujamiento afuera" del Ser por la Nada. Porque verdaderamente, dígaseme si no es así, si no es cierto que no hay elemento alguno mental que pueda decidir que la Nada o el Ser difieren en su posibilidad de darse en grado alguno; si no es totalmente posible que se diera la Nada en lugar del Ser. Esto es cierto, evidente, porque el mundo es o no es, pero si es, es causalístico, y así, su cesación, su no ser, es causable; aunque el resorte buscado no determinara la cesación del Ser, quizá otro la determi­naría... Si el darse el Mundo o la Nada son de absoluta igual posibilidad, en este equilibrio o balanza de Ser y Nada, una brizna, una gota de rocío, un suspiro, un deseo, una idea, pueden tener eficacia para precipitar la alterna­tiva a un Mundo de No-Ser de un Mundo de Ser...
Vendría un día el Salvador-de-Ser...
(Yo lo digo comentando, teorizando lo que Él hizo, pero no soy Él.)
Pero Ella vino un día:
—Dime, ¿qué hiciste aquella noche, porque yo sentí el opaco rumor de un desenraizar de matita, el sonido de la tierra que apaga el arrancar de una tierna raíz? ¿Eso es lo que yo oí?
Pero Él se sintió de nuevo en su natural después de una larga peregrinación tras de respuesta, y se echó a llorar en brazos de Ella y la amó de nuevo, inmensa­mente, como antes. Era un llanto que hacía diez o doce años no lograba derramarse, que hinchaba su corazón, que había querido hacerle estallar el mundo, y al serle recordado el gritito, el murmullo abismante del dolorcillo vegetal, de pequeña raíz arrancada ¡fue eso! lo que necesitó su naturaleza para que el llanto, desbordándose, lavara su ser todo y lo volviera a los días de su plenitud de amor... Un gritito sofocado de raíz doliente entre la tierra, así como pudo decidir hacia el No-Ser toda la Realidad, pudo entonces cambiar toda la vida interior de Él.
Yo lo creo. Y lo que cree todo el mundo es mucho más de lo que muestro creer en esto —¿quién se mide en el creer?—; no me digáis, pues, absurdo temerario en el creer. Cualquier mujer cree que la vida del amado puede depender del marchitarse del clavel que le diera si el amado descuida ponerlo en agua en el vaso que ella le regaló otrora. Toda madre cree que el hijo que parte con su "bendición" va protegido de males; toda mujer cree que lo que reza con fervor puede sobre los destinos. Todo-es-posible es mi creencia. Así, pues, Yo "lo creo.
No me engaña el verbiario hinchado del plácido ideario de muchos metafísicos, con sus juicios fundados en juicios. Un Hecho, un hecho que enloquezca de humillación, de horror, al Secreto, al Ser-Misterio, el martirio de la Inocencia Vegetal por la máxima perso­nalización de la Conciencia: el Hombre, por el máximo poder no mecánico. Un hecho tal, sin necesidad de veri­ficación, meramente concebida por una conciencia huma­na, creo que puede estremecer hacia el No-Ser todo lo que es.
Concebido está; luego la Cesación está potencialmente causada; podemos esperarla. Pero la milagrosa recreación de amor concebida al par por el autor, batallará quizás con aquella o triunfará más tarde después de realizado el No-Ser. En verdad el continuo psicológico conciencial es una serie de cesaciones y recreaciones más que un continuo.
Los he visto amarse otra vez; pero no puedo mirarlo a él o escucharlo sin súbito horror. Ojalá nunca me hubiera hecho su terrible confesión.
Macedonio Fernández.




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Gracias amigos por dejar aquí una de las cosas más sagradas que tenemos: las palabras
Las valoro con el alma.
Un gran abrazo, Pat