Sus
convicciones le dieron resultados satisfactorios: teatros llenos, ovación del público,
inolvidable retumbe de los aplausos y
rostros emocionados de quienes escuchaban sus melodías. Así en algunos años el
dinero se acrecentó y llegó a ser millonario. La gente le decía el
“violonchelista solitario”, ya que todos sabían de su genialidad al ejecutar el
violonchelo y también de su profunda soledad.
Aquella
madrugada, se anticipó al canto del gallo y sin hacer ruido la miró mientras
dormía entre sábanas desparramadas. Sábanas en las que unas horas antes habían
hecho el amor, cuando ella ni sospechaba que él se alejaría.
Por
largos minutos la observó callado, con lágrimas en los ojos y un camino por
andar. Se prometió a sí mismo retornar el día que se hubiera forjado un
porvenir digno de este gran amor y al fin ser totalmente felices.
No
obstante en cada melodía la recordaba, lo inspiraba a escribir piezas musicales
maravillosas, armonías impactantes. Cada vez que frotaba las cuerdas con el
arco del instrumento sentía que eran sus propios dedos sobre el pentagrama de
la piel femenina.
Y
hoy era el momento tan esperado, el día de su regreso. Retornaba tal como se
fue, sin aviso, sin palabras. Bajo el sombrero el níveo cabello, sobre su
espalda el instrumento que tantos reconocimientos le valió, en su mano derecha
un paraguas de mil tormentas y en su pecho los mismos latidos amantísimos.
El
humilde pueblo cual retrato del pasado, permanecía igual. La angosta senda por
la que solían pasear tomados de la mano, los alambrados, las casa blanquecinas
y al fin el portal. Se encontraba parado
frente al modesto portal de la morada de rememorada felicidad.
Dio
tres suaves golpes con los nudillos de su mano izquierda y sin demoras atendió
una joven alta y robusta de cabellos castaños sostenidos con una evilla, dijo:
— Buenas,
¿qué se le ofrece?
— Buenos
días, la señora. Consuelo Oliveira, ¿Vive aquí verdad?
— Sí, ¿Qué necesita?
— Hablar
con ella…
— Usted
debe hacer mucho tiempo que no la ve, porque ella hace años que no habla.
— Si,
hace muchos años que no la veo.
— ¿Es
usted pariente o amigo? Porque tengo
entendido que la señora sólo tiene una sobrina. ¿Cómo es su nombre Señor?
— Dígale
que soy Cesar Guidoni
— ¡Cesar
Guidoni! ¿Será usted ese Cesar que ella menciona siempre?
— ¡Aún
me recuerda! ¡Qué alegría!
— Mejor
dicho, es lo único que recuerda. Pase usted Señor, sólo unos minutos por favor.
Al
entrar a aquella casa, un vendaval de recuerdos lo invaden.
—
Aquí a la habitación
Con
suma emoción y el pulso cardíaco indomable. Al fin la vería, al fin podría
retomar el amor en pausa. Su mirada ansiosa hizo un recorrido por esa
habitación hasta posarse en la mujer del sillón que contemplaba la ventana con
su “mirada de las mil yardas”, a un
punto inexistente. La observó, era ella: su piel tersa, sus manos delgadas, el
cabello ondulado hoy con algunas canas y la elegancia en su postura. No cabían
dudas era Consuelo.
—
Señora Consuelo, ha llegado Cesar.
Luego
de unos minutos la mujer expresó:
—
¡Cesar!
—
Sí, soy Cesar querida Consuelo. ¿Te
acuerdas de mí?
—
Cesar, Cesar, Cesar… se fue…
—
No, aquí estoy.
La
cuidadora aclaró:
—
Ella siempre repite lo mismo, son las
únicas palabras que pronuncia.
—
Explícale por favor, que yo soy su Cesar
y que he llegado para quedarme.
La
empleada trató con mucho empeño de que asimilara lo que ocurría, pero la mujer
permanecía con su mirada lejana y en sus labios, ese nombre.
© Patricia Palleres
Relato inspirado en el cuadro de "Músico camino a casa" de Hugo Muhlig
Bonito y triste relato.Besicos
ResponderEliminarHola Charo, gracias por leer
EliminarQu+e gran e oción la lectura de este relato. Por lo humano y quebrantador. UN abrazo. Carlos
ResponderEliminarHola Carlos, muy amable
EliminarUn gran paradoja se lee aquí ...de vivencias que quizás más de alguno vivió y pudo contarlo...a veces hay daños irreparables.
ResponderEliminarAbrazo.
Es así querida Meulen. Abrazo del corazón
EliminarOh, con este relato hermoso y triste has tocado las fibras de mi alma, emocionante
ResponderEliminarUn abrazo
Amores que durarán toda la vida alejados por un "mal entendido".
EliminarTriste y conmovedor relato
ResponderEliminarUn abrazo