Luisito, seis años, poseedor de una inteligencia superior. Por lo mismo, niño incomprendido por todos.
Por el año 1812 eran épocas en las que llamar “genio” a
alguien de la vida real era impensable porque se desconocía tal cosa. No
existían estudios al respecto ni términos para conceptualizarlo como los hay
hoy.
Lo cierto es que desde muy pequeñín resultó ser diferente
de sus hermanitos. Era extremadamente activo y de aumentada sensibilidad
emocional.
Sus padres, desesperados, sin saber qué hacer con sus
reiterados episodios de indisciplina, y con pocas herramientas más que el
regaño, pensaron en algo que pudiera aplacarlo al menos un poco. No encontraron
mejor método que el de alimentarle el miedo. En vista de tal objetivo, fue el
enfermero Evaristo el elegido para oficiar de “el cuco” en tales ocasiones.
Entonces, cada vez que el pequeño se desbordaba en sus
ansias de juegos originales, creatividad e ingenio, cada vez que daba vuelta la
casa elaborando una y otra idea, o lo peor, cada vez que incomodaba con sus
asociaciones inusuales dejando perplejos a los mayores, recibía una cascada de
reprimendas que, casi siempre, concluían con la siguiente amenaza:
─Si no te calmas, vamos a llamar a Don Evaristo y
le pediremos que te ponga una inyección con la aguja más grande que tenga. —Así
se cancelaban los berrinches del niño con bastante efectividad.
Tal era el temor del inocente ante este personaje de
terror que su corazoncito aumentaba el ritmo y las manitos le comenzaban a
sudar. Lo veía como a un monstruo: rostro recio, manos inmensas, voz fuerte y
violenta.
Si bien el hombre llegaba y le daba a entender que le
colocaría una inyección que estaba lista con la aguja gigante en la caja de
acero inoxidable esterilizada que guardada en su maletín, Luisito nunca vio
esos elementos ni tampoco hubo necesidad de hacer efectiva la colocación porque
con artilugios previos de tomarle el pulso, la fiebre y revisarle la garganta,
el niño se calmaba y el enfermero manifestaba:
─Bueno, ahora que está tranquilo, no hará falta la
inyección.
El niño con su gran potencia de intelecto pensaba:
─Yo no me siento enfermo. ¿Por qué el enfermero? ¿Por qué
la inyección?
A su vez, se sentía un bicho raro porque cuando más feliz
se sentía, más desagradaba a sus cercanos… Todo era confuso.
Sin embargo, para sus papis la cosa era sencilla: era la
posibilidad de disciplinarlo y ponerle límites.
Pero un domingo, estando Luisito en el parque de
diversiones con sus padrinos, de casualidad vio ahí a Don Evaristo con sus
nietos, algunos casi de su edad. Y como sus padrinos no conocían al enfermero,
fue solo el niño el que lo vio y lo observó un largo rato. ¿Qué vio? ¿Qué
analizó con su inteligencia superior?
Se dio cuenta que Evaristo era un abuelo cariñoso y
tierno con sus nietos. Se acordó de sus propios abuelos que tanto amaba y se
sorprendió de esa faceta del enfermero, ya que no lo imaginaba así. ¡Qué
sorprendido quedó al darse cuenta que el hombre no era un monstruo!
Entendió que había sido engañado y se puso triste.
Comprendió aquella incoherencia de la inyección cuando él no estaba enfermo. Se
dio cuenta que habían desprestigiado al pobre hombre para tenerlo a él
calmo con el miedo.
Así fue que los papás de Luisito, sin maldad, no
calcularon el daño que crearon en el pequeño que, angustiado por lo ocurrido
con los seres que tanto amaba y a su corta edad, captó lo sucedido y decidió
mantener la mentira. Lo aprendió de sus padres. Ahora sería él quien fingiera
tenerle miedo al enfermero, aunque ya no le temía al abuelito Evaristo.
Pero, Luisito de algo estaba seguro: de haber descubierto
la mentira y de que, si algún día la aguja más grande estaba cerca de sus
glúteos, diría todo lo que sabía y pondría fin a esa manipulación.
¡Porque si a algo le tenía pánico era a las inyecciones!
©Patricia Palleres
Una inspiración de altura, si viendo una pintura creas esta historia no quiero pensar si vas al museo. Se lee con interés, se entra en la historia y se toma parte por el protagonista, Bellísimo. Abrazucos
ResponderEliminarEres muy amable querida Ester, te dejo un abrazo fuerte!!
EliminarUn buen relato que refleja la infancia de muchos niños que se les amenazaba con el "hombre del saco" para que se portaran bien.Besicos
ResponderEliminarSi querida Charo y el daño que se les producía!!
EliminarComo dice una amiga, la ignorancia si no mata jode. Bien tejido relato. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarjajajaja así es tal cual!!
EliminarUno de mis hermanos, incluso de mayor, siempre ha tenido miedo ya que le asustaban con el "coco".
ResponderEliminarMe ha gustado, te doy las gracias por tu visita.
Recibe un saludo desde Madrid.
Hola María De Los Ángeles, si antes era muy común, por suerte las cosas han cambiado.
EliminarQué buen relato, Patricia. Unas mentiras bienintencionadas cubiertas por otras mentiras más inteligentes. Eso sí, qué miedo las agujas.
ResponderEliminarPaso a la primera por acá y me encuentro cuentos recreados a partir de pinturas. Me gusta eso.
Saludos.
Seguiré pasando.
Hola Miguel, qué alegría que te guste mi propuesta!! Un abrazo
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