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febrero 26, 2024

Aguas alocadas

La inesperada tormenta, quizás traída por fuerzas maléficas, fue la hacedora de un destino, de una fecha ineludible: la fecha de una muerte.

Hacía muchos años que no se veía cosa igual. El viento y la lluvia se presentaron con una fuerza inusual y las olas revueltas nos sometieron a una dramática situación. En pocos minutos nuestra nave era un sinnúmero de restos esparcidos sobre las aguas alocadas y nosotros entregados al océano como presas en las fauces de un animal feroz.

Luego, la terrible tragedia que superó todo lo demás…

Durante la mañana, cuando aún reinaba la calma, parecía rodearnos un espíritu premonitorio ya que mi hijo, el único que la vida me ha dado, me repetía una y otra vez, como buscando que no me quedaran dudas:

—Papá, te amo y te doy las gracias por estos catorce años de vida…

Horas más tarde quedamos a merced de la tempestad. La virulencia del temporal arrastró a mi muchacho. Inútilmente intenté alcanzarlo. Por el contrario, fui testigo de cómo las aguas, cual débil ramita seca, se adueñaban de su ser asustado.

Hasta que en el universo de olas embravecidas lo divisé aferrado a un trozo de madera de roda como un tajamar, lo traje hacia mí tomándolo por uno de sus brazos e intenté reanimarlo durante mucho tiempo. Abracé su cuerpecito blanquecino con la misma ternura y amor con que lo abrazaba recién nacido: su pequeño cuerpo refugiándose en la inmensidad de mi pecho y, por última vez, volví a transmitirle mi aliento de vida mientras le pedía a Dios que Él mismo fuera quien soplara sobre su nariz.

Las violentas olas buscaban volver a arrebatármelo, pero lo sostuve con fuerza. ¡Grité desgarradoramente! ¡Quería hacerlo reaccionar!

—¡¡¡Hijo mío!!!

Me negaba a soltarlo, me resistía ante la bravura de las aguas. Pero eran inútiles mis esfuerzos. Su cuerpo laxo, su rostro inexpresivo y pálido me indicaban que su alma estaba ausente, que ese ya era el cadáver de mi hijito.

Le di el último beso bañado de olas y las sales de mis lágrimas al ver que ya nada se podía hacer para traerlo a la vida ni tampoco para poder honrarlo como se debía. Me rendí, lo entregué a los oscuros laberintos del mar…

(Relato basado en la obra "Adiós de Alfred Guillou")

© Patricia Palleres

 (Todos los textos de éste blog son privados y tienen Derechos de autor)

10 comentarios:

  1. Desgarrador, nos has metido en la piel del padre y duele, imposible saber como reaccionaríamos en una situación similar. Un abrazo

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    1. Hola Ester, es muy difícil estar en
      la situación de ese padre. Saludos querida amiga, gracias por pasar por aquí.

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  2. Un relato que hiela hasta el alma. El espíritu de una mujer, anfrentándose a las difiultades del amor embravecido para salvar a su hijo. Desgarrador. Un abrazo. Carlos

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  3. Es un bonito relato. Felicidades.
    Un saludo.

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  4. Hola, he venido de la mano de Patricia y no me ha defraudado nada, una historia donde la bravura de una mujer y el deseo de salvar a lo que más quiere la hace ser la heroína de la historia.
    La rendición no es el fracaso, es la lucha y esfuerzo.
    Un saludo, felicidades.

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    1. Hola Campirela querida, agradezco tu visita. Te envío un cariño grande.

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  5. Me has dejado con el corazón encogido y sin palabras.
    Es mi primera visita, pero intentaré volver.
    Pese al impacto que me ha causado, tengo que reconocer que está maravillosamente relatado, la misión del escritor es llegar al corazón del lector y tú lo has hecho con creces.
    Cariños.
    kasioles

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Gracias amigos por dejar aquí una de las cosas más sagradas que tenemos: las palabras
Las valoro con el alma.
Un gran abrazo, Pat