Después de un vertiginoso día, Emilia se sentía especialmente
desmoralizada y desanimada. Es que, como siempre, había puesto lo mejor de sí
en su trabajo, pero hoy algo la hizo sentir muy mal. Se preguntaba de qué le
servía esmerarse…
Esa mañana, al entregar su trabajo, el cliente le
manifestó que no le gustaban las terminaciones y, por lo tanto, no pagaría por
eso. Ella prometió tenerlo solucionado para el día siguiente.
Lo que este cliente no sabía es que Emilia había dedicado
mucho tiempo tratando de estar en todos los detalles porque esa era su
costumbre: así se le había enseñado y para ella era preciso hacerlo así. Le
dolió que le tirara los zapatos sobre el mostrador y se fuera dando un portazo.
Se sintió rebajada en su honradez. Ella no era todo eso que el hombre dijo.
Tampoco era necesario tratarla de esa manera.
La muchacha optó por no contestarle ni defenderse. En
realidad, no sabía discutir: nunca había visto euforia parecida en nadie.
Decidió irse al campo, disfrutar toda la tarde del
silencio y la paz que siempre encontraba allí. Necesitaba estar consigo misma,
estar en soledad…
Al sacar las llaves de su bolso, enganchado venía un
papel que voló por el aire y cayó en un zigzag al suelo. Al verlo se sorprendió,
ya que era una fotografía que había estado buscando desde mucho tiempo
atrás. Allí estaba la pequeña Emilia con tan solo cinco años, junto a
su abuelo de 76, en su taller de zapatero, ambos con rostros rebosantes de
felicidad.
Al ver la imagen, cascadas de nítidos recuerdos
llegaron a su mente. Ella estaba convencida de que nada era casualidad y que
por alguna razón aparecía hoy esa antigua foto. Tomó el suceso como un signo,
un mensaje, una caricia de Don Anselmo que le decía:
—Haz hecho bien, mi niña, has entendido lo que te enseñé
aquel bendito día. ¿Te acuerdas cómo nos reímos y todo lo que aprendiste
jugando?
Mentalmente ella le contestaba:
—Sí, abuelo. Descubrí la magia de dar vida a unos zapatos
viejos. Desde aquel día amé esta profesión…
Emilia no se volvió para colocarla en el álbum de
fotografías, sino que se la llevó con ella. Subió a su camioneta sintiendo que
su amado abuelo la acompañaba diciéndole:
—Todo trabajo es digno siempre que se haga con amor —y
le repetía— Tranquila, lo has hecho bien, mi niña.
En el momento justo, apareció la foto para sentir a través de los recuerdos, el apoyo necesario del abuelo. Nada es solo porque sí.
ResponderEliminarMuy buena historia.
Un abrazo grande.
Hola Sara O. Durán, tengo la convicción de que nada es casualidad y que las formas de comunicación de nuestros seres queridos que no están, son muy variadas...
EliminarAbrazo mi querida amiga!
Cada quien se dignifica en el trabajo y a veces hay que rehacer y no es pérdida ,sino ganancia en el deber cumplido por lo que se es capaz de hacer .
ResponderEliminarLinda semana.
Hola Meulen, si en la buena atención también se gana. Un bese grande
EliminarTodo muy bien pero cuál es la enseñanza para el maleducado del cliente? La justicia muchas veces queda tuerta, un abrazo Patricia!
ResponderEliminarHola María Cristina. En este relato Emilia le da al maleducado una lección de vida o al menos eso se trató transmitir.
EliminarSaludos amiga querida.
Un bonito mensaje nos dejas con este texto ya que el recuerdo de su abuelo la subió en animo que el cliente descontento la dejo.
ResponderEliminarSaludos.
Hola Tomás, creo que existe esa interacción con los seres queridos que están en otro lugar...
EliminarGracias por tu visita, Saludito
Hola, Patricia, vengo a devolverte tu cariñosa visita a mi blog. Me ha encantado visitar el tuyo.
ResponderEliminarMuy emotivo el relato.
Los valores inculcados en la infancia, forman parte del legado de nuestros mayores y nos acompañan siempre.
Un saludo.
Hola Maripaz, un gusto recibirte por aquí. Agradezco tu comentario. Abrazo
EliminarGreat blog
ResponderEliminarMuchas gracias
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